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T. S. Eliot, Coros de La roca, I



sábado, 16 de julio de 2016

El alma del mundo/The Soul of the World, de Roger Scruton: cuatro notas de lectura

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I. 

A la concienzuda y delicada traducción de Rafael Serrano hay que sumar el prólogo que ha escrito como presentación al autor. Muy interesante, por la síntesis del pensamiento del inglés, su inteligente opción conservadora intelectual y cultural. Sería ahora demasiado largo argumentar que tiene poco que ver con el conservadurismo político, porque Scruton va a algo mucho más interesante, que le permite ser profundamente ecologista, reivindicador de nuestros deberes para con los animales, convicto de la atención y apertura que le debemos al cambio pues son leyes inscritas en la naturaleza y en la sociedad -nada de tradicionalismos nostálgicos y rancios-, y su loable -yo lo loo- desconfianza hacia las abstracciones utópicas que acaban cobrándose millones de muertos. Con la que está cayendo a esta ladera de los Pirineos, Scruton me parece indispensable. 



II.

Otra vitamina del libro, para combatir la anemia espiritual que pulula por esta cultura, es su argumentación y propuesta de lo biológicamente superfluo: y he recordado cuando me he detenido a contemplar unos instantes esa luz azafranada vespertina que enciende las jaras, las encinas, al volver cansado de una excursión. Ese excedente que, paradójicamente, no sobra, no puede sobrar, si la vida ha de seguir siendo digna, y que apunta a lo sagrado. O dicho con otras palabras: si eso se puede encontrar en una gran superficie, en Google, en Pixar, en un programa político... entonces el milagro aún no ha rozado tus pupilas. Por mucha sugestión tecnológica, mercadotécnica, mediática, política que se le quiera echar. "Soñar sabiendo que se sueña", que propone Nietzsche, no es soñar, es control totalitario del yo por el yo, autoterrorismo, depresión y finalmente locura. Soñar es no cerrar los párpados una vez han sido despertados por el verdadero asombro.

III.
Para sobrevivir o superar el totalitarismo biologicista, quizás baste un poco de buen gusto estético y otro poco de sencillez existencial. Ambos constantemente negados por nuestros impositivos modos de vivir.

IV. 
"Al describir una secuencia de sonidos como melodía, sitúo la secuencia en el mundo humano: el mundo de nuestras respuestas, intenciones y autoconocimiento. Elevo los sonidos por encima del ámbito físico y los recoloco en el Lebenswelt, que es un mundo de libertad, razón y ser interpersonal. Pero no describo algo distinto de los sonidos, ni supongo que hay algo escondido detrás de ellos, algún "yo" interior o esencia que se revela a sí mismo de alguna manera inaccesible a mí. Describo lo que oigo en los sonidos cuando respondo a ellos como a música. De una manera análoga, sitúo el organismo humano en el Lebenswelt, y al hacer así uso otro lenguaje, y con otras intenciones, distintos del lenguaje y la intenciones que se emplean en las ciencias biológicas." Pp. 108-109.

No podemos acariciar una enramada de moléculas, sino solo el rostro amado, aunque las moléculas sigan estando ahí. No podemos quedar profundamente conmovidos por un flujo de ondas, sino por el Vals nº 2 de Shostakovich, aunque la ondas sigan fluyendo. Y nos deshumanizamos si no podemos acariciar y ser acariciados, quedar conmovidos y conmover, como un yo y un tú radicalmente afirmados. 

"... puede haber una realidad y ser entendida de más de una manera" p. 108. Este modo de comprender es la propuesta del dualismo cognitivo -que no ontológico- de Roger Scruton.